Albert Camus (1913-1960) fue un intelectual que detestó los totalitarismos. Nació en Argelia en el seno de una familia muy pobre y en parte de origen español (su madre era menorquina). Camus fue sobre todo un espléndido escritor (obtuvo el premio Nobel a una edad más temprana que ningún otro autor), tanto en narrativa como en teatro, aunque escribió al menos un par de ensayos de alto vuelo teórico y en todas sus obras hay planteamientos de importancia filosófica. Participó en la resistencia francesa, intentó una mediación imposible en la guerra independentista de Argelia que superase los abusos del colonialismo sin ceder al terrorismo, apoyó a los republicanos españoles frente al franquismo y defendió siempre la primacía política y ética de la democracia como una opción de cordura y modestia que acepta que la razón pública ha de establecerse contando con la voz de todos. También fue un gran periodista, fundador y director del emblemático diario Combat, que se convirtió en la Francia de posguerra en un modelo de periodismo ideológicamente comprometido pero no sectario: un ejemplo que hoy continúa siendo válido, aunque poco seguido.
En su primer ensayo, El mito de Sísifo, adopta una perspectiva cercana al existencialismo aunque menos teorética que la de Sartre o Heidegger. Constata el brutal contraste entre la humana apetencia vital de sentido y armonía, que choca con el silencio del mudo opaco, y la omnipotencia final de la muerte. El resultado de esa colisión es el absurdo de la vida humana, que nada puede ocultar ni remediar. Ante la vida absurda, cabe la aniquilación del suicidio, la entrega a la fe religiosa o el refugio en la racionalidad, que estudia los detalles y renuncia a comprender el conjunto. Camus rechaza todas estas escapatorias: para él, lo pertinente es aceptar la vida sin sentido y tratar de dárselo personalmente por medio de la aventura individual o la solidaridad con los otros. Según el mito griego, Sísifo es condenado en el Averno a tener que empujar cuesta arriba, hasta lo alto del monte, una enorme roca sólo para ver cómo finalmente rueda otra vez hasta abajo:¡y vuelta a empezar! De igual modo, los hombres nos empeñamos en tareas que finalmente acaban en la esterilidad de la muerte pero que, mientras duran, nos hacen sentir la comunidad y fraternidad del destino que compartimos con los semejantes. A fin de cuentas, pese a su condena por los dioses crueles o envidiosos, podemos suponer que Sísifo es feliz.
Su otro ensayo filosófico de envergadura es El hombre rebelde, un estudio de la rebelión humana contra su condición metafísica absurda y además contra la opresión histórica, basado no sólo en la consideración de revoluciones políticas sino también en el análisis de grandes obras de la literatura y el pensamiento. Camus advierte que, muchas veces, la rebelión que a toda costa pretende realizar un nuevo ideal obligatorio para todos no logra más que instaurar una nueva esclavitud. Aunque tenga orígenes generosos, si se dedica a la entronización del hombre abstracto y olvida las necesidades humildes de los humanos de carne y hueso pronto traiciona su propósito y corre hacia su destrucción… y la de la libertad. Es preciso rebelarse, pero no sólo contra la opresión sino también contra la ambición de absoluto: nuestra rebeldía debe tener nuestra misma estatura, la de quienes compartimos las mismas miserias y pretendemos aliviarlas sin aspirar a volar por encima de nuestra condición, como hace abnegadamente el doctor protagonista de su novela La peste, que pese a no creer en ninguna trascendencia opta por quedarse en la ciudad infectada cuando todos huyen para cuidar a sus compañeros de humanidad.
(Fernando Savater. Historia de la Filosofía. Sin temor ni temblor. Editorial Espasa. Madrid. 2009)